Hace tan sólo unos años alternabas desesperado entre la VHF y la UHF, deseando que algún día existieran decenas de canales donde poder escoger. Hoy tienes acceso instantáneo a todo el contenido, toda la información, toda la oferta de productos y servicios disponible en el mundo. Tu deseo se ha hecho realidad. Pero, como si hubiera sido concedido por un genio de las Mil y Una Noches, se ha materializado de la forma más perversa posible.
El mundo de ayer no era de color de rosa pero el progreso no te ha salido gratis. El acceso a contenidos siempre había estado limitado por la programación de la TV o la radio, por los escasos libros que llegaban a la librería de tu pueblo, los viejos tebeos que vendía el kiosko de tu barrio, las pocas cintas que te grababas de tus amigos. Estabas harto de consumir lo que te daban, querías elegir, querías variedad, querías libertad. Por ello pasabas las horas grabando cassettes de mezclas con tu música preferida y cada viernes ibas al videoclub, no sólo a alquilar una película, sino también a deambular embobado por las estanterías, fantaseando con que un día podrías verlas todas. Hoy ya puedes, pero tienes que pagar el precio de esta libertad, y no es en euros, sino en usufructo de tus agotadas neuronas. En cordura.
Movido por tu arrogancia y tu ambición de tener siempre más, olvidaste que eres Ícaro, un simple mortal. Tu cerebro de primate, construido con cera y plumas, incapaz de digerir cantidades inabastables de información, se abrasó cuando te acercaste a la descomunal fuente de posibilidades. Caíste. Los dioses te impusieron una justa penitencia: vivir bajo el yugo de la elección constante en un infinito cosmos de posibilidades. Hoy te produce ansiedad tener que decidir constantemente qué serie mirar, qué podcast escuchar, qué ropa ponerte, en qué restaurante cenar, qué libro leer, qué marca de café comprar, a qué destino viajar. Tu mente ya nunca reposa. Lo que hoy deseas es que otros decidan por ti.
Lo que te aflige tiene un nombre técnico: parálisis por análisis. Los científicos descubrieron no hace mucho que el cerebro se alimenta de azúcar y cada decisión vacía su depósito, gota a gota. El problema es que de este único tanque sale la energía para pensar, trabajar, decidir, pero también tu fuerza de voluntad, tu autocontrol, tu capacidad de gestionar el estrés, tu bienestar. Cuantas más opciones, menos felicidad.
Hace treinta años cuando llegabas a casa exhausto sólo tenías fuerzas para poner Telecinco como un zombie y devorar una bolsa de Matutano y un fuet. Hoy, el superávit de opciones te obliga a tomar múltiples micro decisiones cada día, que estrujan hasta la última gota de tu azúcar encefálico. Te tiras en el sofá con el objetivo de descansar, pero las micro decisiones aún te persiguen. ¿Qué pongo? ¿La TV, una serie, una película? ¿Cuál han visto mis amigos —espera, abro Instagram para ver si han publicado— y comentaremos el fin de semana? ¿Me apetece humor, drama, acción? ¿Cuál necesito llevar al día para que no me hagan spoilers en Twitter? ¿Mi pareja va por el mismo episodio que yo? Con el depósito en reserva eres incapaz de seguir. Tu agotamiento mental te empuja a decir basta, no más decisiones, y te resignas a deslizar el dedo por tu móvil, de abajo a arriba, hasta que te vence el sueño.
La trágica ironía es que disponer de toda la información del mundo ha sido una de las grandes reivindicaciones de las masas, que han acabado siendo las más perjudicadas por su impacto. Imaginábamos que esta gran Biblioteca de Alejandría digital curaría la ignorancia y la desinformación. Pero el genio que nos concedió el deseo fue innecesariamente cruel, y no contento con estresarnos las neuronas, decidió que este titánico esfuerzo colectivo sería fútil. En aquél futuro, nuestro presente, llevamos el humanismo al extremo. Creímos que el individuo, por soberano, es sabio, y toma decisiones en base a los hechos, siguiendo esquemas matemáticamente racionales. Pero la imposibilidad de procesar toda la información no ha hecho más que magnificar el rol de los curadores, los editores, los intermediarios. Charlatanes que se han apoderado de una tribuna planetaria sin tener el mínimo conocimiento ni preparación para ello. Cuantas más opciones, más basura.
La tecnología al rescate. Para sacar el máximo provecho de esta situación has delegado tu criterio y tus preferencias personales a una empresa de algoritmos. La industria del entretenimiento compite por tu atención y tu tiempo, el recurso más precioso, y ha movilizado a las mejores mentes de este siglo para que pasen ocho horas al día diseñando tragaperras digitales. Su objetivo es que construyas nuevos hábitos de dopamina fácil para que no tengas que pensar, para ahorrarte las micro decisiones. Para que dejes que piensen por ti. La comodidad siempre gana, y te rindes a ella. Las historias distópicas están dejando de serlo para acercarse peligrosamente a la realidad. Black Mirror no nos da miedo por fatalista sino porque lo vemos demasiado cerca.
Gracias a la inteligencia artificial, tus proveedores de dopamina te conocen mejor que tu madre, saben lo que te hace feliz. Pero, a diferencia de tu madre, no tienen incentivos para que pruebes cosas nuevas y te desarrolles como persona. Va en contra de sus métricas de enganchamiento; corren el riesgo de que te hastíes y cambies de empresa. Así, cuando delegas tu criterio y preferencias a una app, acabas escuchando siempre la misma lista de Spotify, pidiendo misma la comida al mismo restaurante, navegando por la misma app, leyendo a las mismas personas. Acaba un episodio y salta el siguiente automáticamente, no fuera que te atrevieras a cambiar de canal. Hemos pasado de los viajes organizados por agencia a los viajes organizados por el algoritmo de Instagram. ¿Ya has ido a la costa de Amalfi este año? Formentera está passé.
Vives en una cámara de eco de contenidos, pero también de productos y de doctrinas. La industria lucha por homogeneizar las preferencias de la población, porque lo más eficiente para la producción es que todo el mundo tenga los mismos gustos. Todo el mundo conduce un monovolumen blanco. En cada centro comercial hay un Carrefour, un Decathlon, un Primark. Phileas Fogg podría recorrer los cinco continentes comiendo sólo McDonalds y bebiendo Coca-Cola. Internet se ha reducido a cuatro apps que contienen capturas de pantalla de las otras tres, miras un vídeo de abejitas y no dejan de perseguirte anuncios de miel. En las redes sociales siempre aparecen las mismas noticias de la misma temática y misma ideología. ¡Qué increíble paradoja! Cuantas más opciones, menos variedad.
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Los filósofos tienen faena: el humanismo necesita una revisión. Pasamos de adorar a los dioses a adorar a las personas. Pusimos al ser humano en el pedestal, pero somos imperfectos. La imperfección es muy cotizada por los poetas, pero si la agregamos entre billones de todopoderosos Sapiens del s. XXI resulta una amenaza para la comunidad y el futuro de la especie. Decíamos que el individuo es inteligente, pero la masa es estúpida; descubrimos que la premisa es falsa. Tan sólo somos monos con tragaperras de dopamina, esclavos de unos genes que desde el inicio de los tiempos nos han conducido a perseguir cuatro impulsos básicos. No intentes luchar contra ellos, pero aprende a dominarlos.
La realidad es que nunca podrás dejar de vivir en un mundo con sobreabundancia ni evitar convivir con individuos afligidos por ella. Lo único que puedes hacer es resignarte y defenderte. No olvides que es un error recordar con nostalgia un pasado idílico que no sólo no existe, sino que además era objetivamente peor. Tener sólo cinco canales en la tele y veinte CDs de música era un martirio. Confórmate con las alternativas que hay a tu alrededor. Apacigua tu ambición, tu consumismo, y sumérgete en el «es lo que hay».
Administra sabiamente tu gasolina mental y no te pierdas en minucias. Steve Jobs vestía igual cada día: jersey de cuello alto negro, Levi's 501 y zapatillas New Balance. Afirmaba que tener un conjunto de ropa de diario reducía la cantidad de decisiones que tenía que tomar sobre cosas mundanas y le liberaba energía para lo que realmente importaba. Cuantos menos objetos poseas más fácil será tu elección, y a la vez, obtendrás mayor placer de cada nueva adquisición. Cuantas menos opciones, más libertad y más felicidad.
Permite que, de vez en cuando, otros seres humanos escojan por ti. Apaga el podcast y pon la radio. Lee el libro recomendado en el escaparate de tu librería. Compra la lavadora que te aconsejen en la tienda de la esquina y no mires sus reseñas al llegar a casa. Cuando vayas a un restaurante con un amigo pide «lo mismo que él». Disfruta de tus vacaciones y no programes cada hora del viaje. Permítete pasear sin rumbo, pasa de largo del Starbucks y métete en el bar donde haya ancianos jugando al dominó. Rompe el grillete de los algoritmos de recomendación. Sal de tu cámara de eco y permite que otras personas te descubran nuevos mundos, te gusten o no. Sólo lo sabrás si lo pruebas. Sólo tú puedes evitar que la humanidad quede globalmente uniformizada para servir mejor a los amos de los algoritmos.
Brutal! Como siempre, material para pensar. Gracias por compartir, Carlos.
¡Bravo!
Echaba en falta tus correos, ¡que ilusión!