Me fascina el concepto «teorías de la conspiración». No hablo sobre las teorías en sí mismas, que suelen ser en su mayoría tropiezos intelectuales provocados accidentalmente, intranscencentes para el curso de la historia. Lo que me excita las neuronas es imaginarme qué pasa por la cabeza de las que las esgrimen, qué ruta mental les ha conducido desde una educación estandarizada hasta ese punto donde piensan que el mundo se conjura contra ellos.
Creer en una conspiración requiere interpretar la realidad desde una perspectiva caprichosa, donde uno acepta la mayoría de información que se le ofrece, con la excepción de un conjunto muy pequeño, cuidadosamente definido por él mismo, que no sólo considera inválido, sino que tiene el convencimiento de que existe sólo con la intencionalidad, el propósito de engañarle. No es un error en el conocimiento universal; se trata de un elaborado plan de distracción que ha logrado embaucar a todos menos a ti.
Obviemos las dificultades operativas de una operación de semejante calibre, donde millones de personas de todos los países del mundo, incluyendo enemigos acérrimos, se han confabulado en la omertà más multitudinaria después de Papá Noel. Este marco no es racional, sino de fondo, y a mí me obsesiona entender su objetivo práctico. ¿Qué sentido tiene obsesionarse con si la Tierra es plana o con el uso de chemtrails para controlar el clima o si existen los alienígenas? ¿Qué ganan ellos haciéndolo? Pero más interesante es preguntarnos, ¿qué ganamos nosotros descubriéndolo, por qué dedicar nuestra vida a ello?
¿Por qué hay una teoría de la conspiración con la llegada del hombre a la Luna y no la hay con la existencia de las guerras Napoleónicas? En ambos casos, el impacto para tu vida es nulo: suponiendo que Napoleón fuera un invento, pues bien, unos historiadores te habrán tomado el pelo. Si Armstrong caminó por un plató y no por nuestro satélite, pues mejor para él, antes acabó su jornada laboral. Sinceramente; en una sociedad donde la tomadura de pelo es constante, al menos es de agradecer que en estos casos no nos afecte al bolsillo.
Vamos acercándonos a la clave de las conspiraciones: el rechazo selectivo de una parte del conocimiento de la humanidad, provocado por no haber podido confirmar los hechos con tus propios ojos. A veces, incluso, negando lo que uno mismo ve, negando la realidad. Esto es más interesante, porque convirte al conspiranoico en un filósofo radical. Subamos la apuesta: si no aceptas la historia y la ciencia universal en su totalidad, ¿por qué no rechazarlas también en su totalidad? Negarle la mayor a la existencia. Esta sí me gusta, esta sí la compro. No es sólo una teoría de la conspiración; se trata de la principal pregunta que se han hecho los filósofos desde que el mundo es mundo. Si «vivimos en Matrix», ¿qué hay más allá?
«Pienso, luego existo» es la única afirmación de todo el conocimiento humano, de toda la cultura universal, de todos los libros jamás escritos, de la que puedes —mejor dicho, puedo— estar seguro al 100%. Sólo sé que yo existo, lo sé porque pienso y tengo consciencia. Por desgracia, esto implica que no tengo manera de comprobar si existe alguien más aparte de mí. Como nada está garantizado fuera de esta afirmación, es totalmente posible que nada más exista, sólo yo. La realidad, incluyendo mi cuerpo, es sólo un producto de mi mente. Únicamente existe el presente, la experiencia actual; los recuerdos desvelan un pasado que podría no haberse materializado jamás.
Típicamente escribo estos textos en segunda persona del singular, porque quiero que tú reflexiones, pero me perdonarás que brevemente no lo haga, porque no tengo manera de saber si hay alguien al otro lado. Cuando, dentro de unas horas, me lleguen comentarios al correo y los lea, no podré saber si los ha escrito alguien, si hay más personas al otro lado de internet, si son bots, si me los envié yo mismo en un ataque de esquizofrenia o si mi portátil y este artículo son productos de mi imaginación. Aterrador.
El Show de Truman, película con final esperanzador, por lo menos reflejaba una realidad en la que existe una sociedad funcional, con la excepción de un pobre infeliz que ejercía de protagonista. The Matrix va más allá: no hay sociedad, los humanos viven en una prisión mental, sus cuerpos en una granja grotesca y deprimente, y los que escapan se arrepienten. Sustancialmente, es el mito de la caverna de Platón: todo son impresiones, nunca percibimos la esencia de la realidad. Pero en la época de Platón no había ordenadores ni existía el concepto de simulación, y esta limitación le impidió seguir explorando las profundidades de su caverna.
Nosotros descenderemos a la siguiente galería, buscando qué hay más allá de Matrix. Dame la mano. ¿Mano? Ni siquiera tengo manera de comprobar si mi cuerpo existe. Sé que poseo un órgano que ejecuta mi pensamiento, y este órgano ha creado una realidad donde tengo un cuerpo que veo y que siento. Como veo y siento únicamente a través de este órgano, quizá me esté engañando. Imagina un remake de Matrix, pero la cárcel no contiene seres humanos, sólo cerebros.
Nos acercamos al subterráneo de la caverna, y los cerebros desaparecen. Sólo queda uno. Un único cerebro en Matrix, en la Tierra, en el Universo. El mío. ¿O es el tuyo? Como en un sueño, todos los demás, en realidad, son tú. No hay más agentes en el mundo. Acompáñame hasta el final, es la última galería. Aquí ya no hay cárcel ni cerebro. De hecho, no hay «Matrix». No hay nada. El infinito. Sólo existe un objeto en el universo, sólo existe mi cerebro y nada más: yo soy el universo.
Hemos llegado al final del viaje, pero no nos podemos quedar aquí, tenemos que volver al origen, ascender a ras de tierra. Esta reflexión, la galería final, se mira, pero no se toca, porque si nos enzarzamos con ella acabaremos locos, paralizados, incapaces de vivir. Sólo podemos encogernos de hombros, decir «es lo que hay», y volver a nuestro día.
La reflexión final de la filosofía es sobrecogedora, por sus implicaciones, pero a la vez liberadora, porque lejos de atarnos a ella, nos permite, nos obliga a ignorarla, convirtiéndola en estéril e inofensiva. La imposibilidad de saber si alguna vez ha existido alguien o algo al otro lado del «yo», si jamás ha sucedido un pasado, una historia de la humanidad o es todo una construcción de nuestra mente; este misterio eterno es de una belleza y elegancia inigualables.
Y para todos aquellos que dedican su tiempo en descubrir si el mundo les está tomando el pelo, un consejo existencial: lo más práctico es fluir con el conocimiento universal, con todas sus limitaciones y defectos. Es mejor no investigar, porque si los conspiranoicos tuvieran razón llegarían a una conclusión irónicamente deliciosa: en un mundo donde todo es mentira, donde sólo puedes confiar en lo que ven tus ojos, donde, en última instancia, sólo tú eres la fuente de verdad, sólo existes tú. Por tanto esas teorías de la conspiración que rechazas sólo pueden ser un producto de tu mente, ¡sí!, eres tú quien intenta engañarte a ti mismo. En ese caso, mejor no saberlo, ¿verdad?
Preguntar es de sabios, como también lo es saber cuando hay que parar de preguntar y deleitarse con la belleza de las respuestas: las que nos son ofrecidas y las que no.
Yo no escribo nada porque no existo más allá de que tu creas que existo. Mis palabras no son escritas ya que solo con tu lectura pasan a tener sentido.
Pero entonces, sin no soy y no escribo que coño estoy haciendo ahora 🤣