Un día descubres que eres agente de cambio y la percepción de tu rol en la sociedad cambia. «Tu perspectiva de lo que es la vida se amplía al descubrir un simple hecho: que todo lo que te rodea fue construido por personas no más listas que tú y lo puedes cambiar, influenciar, construir tus propias cosas que los demás usarán». Escuchar esta frase de Steve Jobs con veintipocos años te impacta como un rayo y deja tu mundo patas arriba. Es, sin duda, una observación que marca la mayoría de edad, la transición a la edad adulta. Ponerlo todo en duda para cambiar las cosas y construir un mundo mejor, ¿existe anhelo superior en esta vida?
Pasas a ser el protagonista de tu minúsculo período de la existencia. Lo quieres cambiar todo y buscas ideas que ejecutar. Empiezas a prestar atención a mensajes de aquí y allá que te incitan a actuar. ¡Hay tantas cosas impuestas por las generaciones anteriores que no tienen sentido y desearías cambiar! «Cambio» como virtud, «cambio» como eslogan. «Cambio» como programa político, de los azules y de los rojos. «Cambio», una palabra aspiracional. Una palabra que llama a la acción sin decirnos en qué dirección. Una palabra vacía de significado. Cambio ¿por qué? ¿hacia qué? «Si no sabes adónde vas, cualquier camino te llevará allí», le dijo el gato de Cheshire a Alicia.
Por si no te habías dado cuenta, el sistema sabe que llevas dentro un revolucionario y espolearlo se ha convertido en un negocio. La dirección no importa, sólo el movimiento. Vives en la economía del cambio, porque el cambio genera transacciones. El capitalismo es Elvis vendiendo chapas de «Odio a Elvis». El capitalismo es Amazon vendiendo El manual del anarquista. Si no cambias no consumes.
Esta mercantilización del cambio nos exige que, para maximizar los beneficios, maximicemos el cambio. La economía del cambio te empuja a comprar una idea, a actuar sin pensar, a hacerte de un equipo y defenderlo hasta las últimas consecuencias. Aparecen los gurús que siembran la polarización, actores que creyéndose en posesión de la verdad absoluta llevan al extremo su empeño de cambiar el mundo. Crear un mundo nuevo, una constante endémica de la historia que no suele acabar bien.
Algo en nuestro interior nos hace creer a aquellos que nos venden lo que anhelamos, aunque sepamos que es imposible. Reímos cuando nos presentan un quitamanchas milagroso que convierte una camisa embarrada en fulgor divino porque sabemos que ese cambio es imposible, pero aceptamos las ideas del que nos promete acabar con todos los problemas en cuatro años reinventando la sociedad desde los principios básicos. Empiezan explicándote paparruchas para venderte banderas de los Estados Unidos made in China, y tú las compras porque estás orgulloso de tu país. Hasta aquí todo correcto, inapelable. Pero las paparruchas continúan y tras dos o tres derivadas conceptuales algo se tuerce en algún punto y los EEUU apostatan de la UNESCO. Te la han colado. Ya es tarde, no puedes frenar; has invertido tanto emocionalmente que tu única opción es seguir comprando sus cambios, huir hacia adelante. Has comprado cambio por encima de tus posibilidades.

La sabiduría es alquilar ideas en vez de comprarlas. El mundo en el que vives y el estado del conocimiento humano es el producto de la evolución desordenada y caótica de la sociedad. Lo que te rodea se ha construido a partir de las batallas y hallazgos de nuestros antepasados, los motivos de los cuales no siempre son conocidos, deliberados, o siquiera tendrían sentido en nuestros días. La verdad tiene fecha de caducidad. Todo es mucho, mucho más complejo de lo que piensas, todo tiene razón de ser, aunque no la conozcas.
Nos ha pasado a todos. Lo importante es abrazar el error. Es liberador descubrir que uno puede estar equivocado, que puede cambiar de opinión, que hay cosas que no sabe, que los valores, la verdad, fluctúan con el tiempo. Esta realidad nos exime de responsabilidad moral frente a lo que hizo y pensó nuestro yo pasado. Sólo somos responsables por el presente. Estás leyendo mil quinientas palabras mientras que Sócrates lo resumió a la perfección en seis: sólo sé que no sé nada. Está estudiado y demostrado: cuanto más sabes, más sabes que no sabes; sólo los ignorantes pueden estar convencidísimos de algo.
Todo es mucho más complejo de lo que piensas, incluso para los expertos. Te contaré una anécdota que me da un poco de vergüenza, pero estamos en familia. Muy al principio de mi doctorado dediqué cuatro meses a investigar ciertas propiedades del ADN que podían ser útiles para tratar el cáncer. Logré unos resultados increíblemente prometedores. Aún recuerdo la sensación de vértigo cuando vi las gráficas en la pantalla de mi ordenador. Ya me imaginaba en Estocolmo recibiendo el premio Nobel. Cuando se los presenté a mi director de tesis, rió, y afirmó, «enhorabuena Carlos, acabas de descubrir —sacó con cuidado un documento de una bandeja de papeles— este estudio de 1978». Perdí cuatro meses por no dedicar unas horas a investigar primero lo que los demás habían hecho, a llegar hasta el fondo de la cuestión. Estaba tan enamorado de mi idea que jamás se me pasó por la cabeza que a alguien más se le había ocurrido previamente, si lo había implementado y qué tal había funcionado.
Todo es mucho más complejo de lo que piensas, incluso las tareas más cotidianas. Cuando te levantas por la mañana te metes a la ducha sin darle más importancia a la maravilla que es ser rociado con agua caliente en la comodidad de tu hogar. Si eres agradecido tendrás un momento de aprecio para el sistema de distribución de agua y energía nacional y municipal. Pero seguramente desconoces que a quien deberías de dar las gracias es a un grupo de intelectuales de principios del s.XX quien luchó por imponer el concepto de higiene. Sí, la limpieza corporal es una invención social moderna, un concepto, que para poder imponerse se vio obligada a batallar encarnizadamente contra los, agárrate, negacionistas de la suciedad y de las enfermedades.
El autor de bestsellers G. Michael Hopf escribió que «los tiempos duros crean personas fuertes, quienes crean tiempos plácidos, quienes crean hombres débiles, quienes crean tiempos duros». Por fortuna nos ha tocado vivir tiempos plácidos, por desgracia los ignorantes nos intentan vender sus proclamas simplistas desde tribunas planetarias. De nuevo, actuar sin pensar, sin saber. Sólo alguien que no conoce la existencia y la realidad del mundo anterior a la higiene es capaz de poner en duda sus beneficios. La nostalgia nunca es como la recordamos, y el futuro es incierto y nunca sale como lo planificamos.
La sabiduría popular, nuestros abuelos, que iban a buscar el agua a la fuente y que no se duchaban porque no podían, decían que deberíamos de haber pasado una guerra. No es que nos desearan el sufrimiento, sino que ansiaban que fuéramos capaces de entender el mérito de las cosas. Solo cuando vienes de abajo, cuando has luchado por lo que tienes, cuando entiendes por qué luchaste, eres capaz de valorarlo, y en última instancia, de disfrutarlo plenamente.
La frase de Jobs que abre este artículo marca la mayoría de edad. Cierro con una de Josep Pla que marca la madurez. También te impactará como un rayo y dejará tu mundo patas arriba, pero sólo si estás preparado para ella, sólo si tu momento vital ha llegado. Josep Pla, refiriéndose al contexto político de 1933-1945, uno de los períodos de mayor polarización política de la historia, afirmó que en realidad «lo que quiere la gente es que los autobuses no vayan demasiado llenos y que haya pan en las panaderías».
Pla propone la paz mundial a través de las barras de pan del mismo modo que Jobs propone cambiar la sociedad desde los principios básicos. No lo hacen. Ambas frases son alegorías que apelan a las necesidades de autorrealización de diferentes etapas vitales que chocan entre sí. La magia de este concepto es que ambas reflexiones coinciden en la médula. Durante tu vida hallarás ideas y tomarás decisiones con el objetivo de cambiar tu entorno para mejorarlo. Es tu responsabilidad descubrir el porqué, el motivo, así como el impacto de dichas decisiones. Descubrir si lo que deseas cambiar fue construido por gente que era más lista que tú y sabía algo que tú no. Descubrir si ese cambio aumentará o reducirá las barras de pan en circulación. No es fácil.
Tu única arma en esta vida es la búsqueda constante del conocimiento, o mejor dicho, una actitud sana frente al desconocimiento, ya que tendrás que convivir con él. No existe el quitamanchas milagroso igual que no existe la verdad sencilla. Trabaja el sentido crítico, el escepticismo, la búsqueda de la reflexión antes de la acción. Lee más historia y más filosofía, porque todo está inventado. Ten cuidado con los capitalistas del cambio que quieren que te endeudes intelectualmente para comprar sus ideas. Y, sobre todo, cuando te pongas a caminar, ten bien clara la respuesta que le darás al gato de Cheshire.
Arribem a la maduresa quan ens adonem del valor del passat. Els joves això em diuen ser conservadors, per nosaltres és adonar-nos de la nostra pròpia limitació.
Ça pregunta es com podem mantenir la “gana” de canviar les coses i al mateix temps l’apreciació de tot el que hem aconseguit i la humiltat de les nostres pròpies limitacions.
Jo no ho se