Cuando eras niño todo te parecía fascinante. El mundo era nuevo y estaba por descubrir. Cada experiencia era fresca, innovadora, rompedora. Las casas de tus amigos eran países exóticos, con sus rituales extraños y una cultura y gastronomía extraordinarias. Cada plato de macarrones con tomate sabía radicalmente diferente. Dentro de un cajón se podían esconder los tesoros más insospechados. Las leyes del universo parecían deformarse a cada momento.
En algún punto del camino la cosa se tuerce. De adulto la vida es monótona y predecible. La prefieres así. Crees que la prefieres así. Has diseñado una cárcel mental y te encierras en ella, creas tu rutina y la sigues a rajatabla. Odias las sorpresas y las novedades. Haces los mismos trayectos, quedas en los mismos bares, usas los mismos productos. Sucede que tu naturaleza no ha recibido el mensaje de que vives en el futuro. Cree que si pruebas un alimento nuevo morirás intoxicado, que si te relacionas con un individuo nuevo te golpeará y te robará, que si paseas por una calle diferente te perderás y nunca podrás volver a casa. Tus genes no dejan de susurrarte al oído: «más vale malo conocido que bueno por conocer».
Pocas cosas hay más desdichadas que entrar en una cafetería a desayunar y que el camarero te pregunte, «Buenos días, ¿lo de siempre?». Estás rodeado de espectáculos asombrosos, de placeres que esperan ser deleitados, de la oferta más variada, y tú decides girar la cara a estas maravillas y convertir tu vida en una espantoso aburrimiento. ¿Se puede ser más necio?
Mientras tanto, en el otro oído una vocecita te recuerda que los barcos están a salvo en el puerto, pero si construimos barcos no es para tenerlos amarrados. Se trata de tu espíritu aventurero, que te reclama nuevas experiencias para mitigar el tedio de la existencia. En el fondo, sabes que tiene razón, que probar cosas nuevas es agradable y placentero. Es innegable que la novedad y la diferencia son una fuente de felicidad, y la monotonía nos deprime, una monotonía a la que la vida adulta nos ha abocado irremediablemente.
El capitalismo te ofrece la siguiente propuesta para resolver tu disonancia cognitiva: reserva la doceava parte de tu vida a activar la rutina «B», que es como la «A» pero en una ubicación diferente. Este pacto tranquiliza a tu amígdala y garantiza al sistema que el uno de septiembre volverás a colocarte dentro del molde.
Si te sientes muy audaz puedes optar a la atrevida alternativa de gastar mil doscientos euros por persona en un vuelo cuya destinación habrá determinado subliminalmente el algoritmo de Instagram. Comes en restaurantes de ciento cincuenta euros el cubierto que te descubren sabores singulares y visitas rincones radicalmente diferentes que satisfacen tus ansias de evasión. Las vacaciones en la isla paradisíaca, pese a todo, cumplen su parte del contrato. Durante la doceava parte de tu vida, eres verdaderamente feliz.
Los niños, alguno dirá, juegan con ventaja, porque no tienen que trabajar. Discrepo: llevan una vida de presidiario, y pese a ello son felices. Sencillamente, exigen sin tregua su dosis de felicidad diaria a la providencia, y esta provee. El universo nos ofrece regalos de forma espontánea y gratuita, pero por algún extraño motivo, con el tiempo, decidimos dejar de aceptarlos. Los adultos padecemos una indefensión aprendida y no entendemos cómo el niño puede ser feliz con tan poco. El niño no entiende cómo el adulto puede no serlo con tanto.
Te convences a ti mismo de que tu situación actual no te permite ser feliz, pero te han engañado. El error que has cometido ha sido extirpar la felicidad del día a día, aislarla y empaquetarla como un producto, y diferir su disfrute a cierto período de tiempo acotado contractualmente. La sociedad de consumo te ha lavado el cerebro para que delegues tu felicidad en productos y servicios prefabricados y con un alto margen de beneficio. El subidón de dopamina dura lo que tarda en salir la próxima colección. Te estresan para luego venderte la solución antiestrés.
La mentalidad «por fin es viernes» perpetúa la supervivencia de un sistema que nos somete a vivir jornadas de mierda con la promesa de que todo se arreglará más adelante. Hace dos mil años te convencieron para trabajar seis días y descansar al séptimo. La religión abrahámica se inventó una milonga para endulzar la miseria de los pobres y evitar la sublevación de los esclavos. El mensaje te resultará familiar: prometen una recompensa futura para justificar tu sufrimiento actual. Serás feliz el sabbat. Serás feliz el primero de agosto. Serás feliz el día del juicio final. ¡Trileros! Replica que hoy no se fía, mañana sí. Sólo existe el presente. Toma el control y exige tu felicidad hoy mismo a los hados.
En un mundo construido para diferir y monetizar tu felicidad, atreverte a disfrutar de lo cotidiano, aferrarse al aquí y ahora, es un acto de rebeldía. Yo te propongo realizar el revolucionario acto de quitarte las gafas de lo mundano, rejuvenecer tus retinas y volver a observar el mundo con ojos tiernos. Quiero que te maravilles con cada cosa que hagas, que todo te parezca nuevo y emocionante. Desvincula la cotidianidad de lo cotidiano, busca lo transcendental en lo terrenal. Estás rodeado de una belleza y de una abundancia inacabables que las cataratas de la edad no te dejan ver. Deshazte de ellas. No hay mayor felicidad que fascinarse con lo corriente. No hay mayor subversión que conformarse con lo que tienes.
Tenías razón Carlos, muy interesante.
Estoy leyendo este artículo desde la calidez de mi casa, con jazz suave de fondo, la luz anaranjada de mi lámpara de diseño, el sofá cómodo y las velas encendidas
Te describo este momento porque es lo que me da ese trocito de felicidad al terminar mis dias.
Esa tranquilidad, esa paz. Donde me olvido de todo, y leo. Algunos dias son 15, 20, 30 hasta 40 minutos. Me es suficiente.
Al igual que el articulo pasado, creo que en el equilibrio está la virtud. Intentar combinar las nuevas experiencias con las costumbres que te dan placer-felicidad.
Dejar siempre la puerta abierta para seguir descubriendo pero tener siempre encima la mochila de las experiencias y el conocimiento.
"En un mundo construido para diferir y monetizar tu felicidad, atreverte a disfrutar de lo cotidiano, aferrarse al aquí y ahora, es un acto de rebeldía. Yo te propongo realizar el revolucionario acto de quitarte las gafas de lo mundano, rejuvenecer tus retinas y volver a observar el mundo con ojos tiernos. Quiero que te maravilles con cada cosa que hagas, que todo te parezca nuevo y emocionante."
Genial texto, Carlos, de verdad.
Recuerdo el placer de los colores, el olor de la pintura, las sorpresas de ver a un familiar ... en mi infancia.
Tanto que hemos perdido al hacernos mayores...